Cuando estamos con gripe, sabemos que tenemos que abrirgarnos bien, tomar algún antibiótico, y guardar reposo. Además, si hay alguien que nos cuide y mime un poco y nos haga un caldo caliente, mucho mejor. Cuando tenemos dolor lumbar, solemos acudir al fisioterapeuta o al masajista. Cuando nos duele la muela, vamos al dentista. En general, tenemos claro que hay que cuidar nuestro cuerpo cuando éste nos lo pide. Y más si nos lo pide a gritos con una enfermedad.
Sin embargo, muchas veces no hacemos el mismo caso a los gritos que nos da nuestro corazón (hablando en el sentido figurado del corazón como centro de las emociones). Nos negamos a nosotros mismos el llanto, la pena, la duda, la inseguridad. Nos negamos muchas cosas que nos asustan, pero que a la vez nos enseñan algo de lo que no hemos tomado conciencia.
Yo misma me declaro una de esas personas que, hasta hace poco, no encontraba el momento de cuidarse un poquito el corazón, el alma, las emociones. Hace años decidí vivir mi vida a tal velocidad, que las emociones negativas no iban conmigo, que no había un lugar en mi día a día para verlas y observarlas. Y se puede pensar que eso es bueno, y de hecho es lo que buscamos todos en cierta medida. Sin embargo, no hice caso del otro lado de la moneda, del caro precio que estaba pagando. Y es que tampoco dejé lugar a las emociones positivas, las que dan igual sentido a la vida.
Cuando me di cuenta del gran sabotage que estaba haciendo a mi propio corazón, me puse manos a la obra e inicié un camino que todavía sigo y que espero no acabar: el de conocer cada recobeco de mi corazón y poner cara y ojos a todo lo que me daña, y vivir con intensidad todo lo que me hace disfrutar. Mi objetivo no es el de la felicidad, sino continuar en este camino que me da muchas cosas además de felicidad.
Al ponerme manos a la obra, decidí apuntarme a un taller vivencial de risoterapia el pasado fin de semana. En este caso no como terapeuta, sino como paciente. Pensé que en este camino que he emprendido, no estaría de más aprender a reírme más genuinamente. Y lo conseguí, vaya si lo conseguí! Pero no sólo eso, sino que puse cara y ojos a alguno de mis conflictos, me puse los guantes de boxeo y me batí en duelo con ellos. La suerte fue que no lo hice sola, sino que en ese taller había otras 16 personas a las que no conocía de nada, que no me debían nada, y me animaron en cada uno de los asaltos de ese combate, y me levantaron de los golpes que recibí. Lo mejor de todo, es que ellos también me dejaron ver sus combates, y no sólo desde la grada.
He aprendido mucho de mí misma en esos dos días y me he visto capaz de cosas que no creía posibles. Es más, gente a la que no conocía me ha visto capaz de miles de cosas, y eso te enseña mucho de las personas, de la bondad que hay y de que hay caminos que no hay por qué emprender solo.
He decidido seguir dedicándome tiempo, algo que siempre aconsejaba a mis pacientes y amigos, pero desde la teoría, no desde la práctica. He decidido vivir en sintonía con todo lo que pasa a mi alrededor y en mi interior. Y os lo recomiendo ferbientemente. Os lo recomiendo con todo mi corazón, ahora que se siente fuerte y capaz de cualquiero cosa.
Suceda lo que suceda, siempre siempre, adelante adelante!
Eva Molero (Hoy como paciente, no como psicoterapeuta)