Reconócete a ti mismo

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Lamentablemente, no todos los procesos psicoterapéuticos acaban con los resultados esperados. A veces, las personas se conforman con solucionar los problemas pasajeros que le están acarreando un malestar puntual, sin querer ir al fondo de la cuestión, sin profundizar en el fondo de su ser. Es totalmente lógico y comprensible, y por eso yo, como terapeuta, no fuerzo a la persona a que trabaje aspectos que no quiere trabajar.

Esto es lo que le pasó a una de mis pacientes, G, que solucionó el problema de ansiedad que la trajo a consulta, pero no quiso profundizar más en otros problemas relacionales que la habían acompañado des de niña. Por ello, y al no disponer de más sesiones, le escribimos una carta de despedida que quiero compartir con vosotros.

«Querida G, 

Somos los miembros del equipo terapéutico los que nos dirigimos hoy a ti. Primero de todo, queremos manifestarte que hemos seguido con mucho interés tu proceso terapéutico y que nos pareces, sobre todo, una superviviente. 

Tu vida no ha sido ni es fácil, y una cosa que admiramos de ti es cómo siempre intentas afrontarla: con optimismo, generosidad y esperanza. Sin embargo, tenemos que confesarte que no acabamos de estar contentos con el resultado de la intervención terapéutica. Cuando pensamos en los cambios que te veíamos capaz de hacer, y los cambios que realmente han aparecido, nos sentimos como si nos hubiéramos quedado a medio camino. Tenemos la sensación de que, precisamente, por la vida tan dura que has tenido, necesitas tanto tanto tanto que te ocurran cosas maravillosas que eso ha frenado tu cambio. Cambiar sería igual a aceptar que no existen príncipes, que la realidad es la que es, que eres una mujer adulta y ya no una adolescente, que en las cosas que pasan tú tienes tu parte de responsabilidad, que en tu tarjeta de visita ya no puede aparecer más lo que pasó sino lo que eres hoy…

Claro, eso no deja espacio a darse excusas, que es lo que haces tú cada vez que aparece un hombre y te presta atención. Nos da la sensación de que sólo te ves y te reconoces como persona y como mujer, cuando un hombre te ve y te reconoce como mujer. Y G, ése es un mal negocio. Primero, porque vendes tu autoestima al primero que te vea y te reconozca. Segundo, porque se te van a desgastar los labios de besar a sapos asquerosos y verdes, en el intento de que se conviertan en príncipes. 

Te decimos esto con la esperanza de que empieces a mirarte tú a ti misma en un espejo, y reconozcas ya no a esa adolescente, sino a la mujer que hay en ti: valiente, capaz y merecedora de todo el respeto y amor del mundo. Sólo esperamos que seas consciente de que quien mejor te puede dar ese respecto y afecto eres tú. 

Con afecto, reconocimiento y respeto.»

G es una de mis pacientes, pero le podría haber escrito esta carta a muchas otras pacientes, amigas y conocidas. El primer paso para que te quieran, es que te reconozcas y te quieras a ti mismo.

Eva Molero
Psicóloga colegiada 20.974

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